En la pasada edición de Acció Dones Visuals. Días de Industria, abrimos un par de cajas. Una, la que hace referencia al poder y la forma como este nos estructura hasta los túetanos. La otra, la que hace referencia a las violencias patriarcales derivadas precisamente de las estructuras de poder. En los últimos meses hemos estado reflexionando sobre estos temas, gracias a los artículos de la Anna Petrus. Con este, el último de esta serie, cerramos estas conclusiones y nos ponemos a trabajar en la próxima edición de Acció Dones Visuals.
Las entidades y los espacios feministas tenemos el reto de organizarnos desde formas alejadas de las estructuras de poder que el patriarcado ha implantado a nuestra sociedad. Esta fue una de las cuestiones claves que se debatieron en el conversatorio “Como navegar en un contexto de poder patriarcal?” de la pasada edición de Acció Dones Visuals. Si bien hace unas semanas reflexionábamos sobre la necesidad de deconstruir-noes para entender de qué forma las estructuras del poder patriarcal nos estructuran y rigen nuestra vida, aunque sea de forma inconsciente, en este texto queremos indagar en las dificultades que implica organizarnos desde prácticas colaborativas y horizontales.
En el conversatorio de Dones Visuals se puso en primer lugar sobre la mesa lo primero de los escollos con que nos topamos a la vez de organizarnos horizontalmente: la connotación negativa que colectivamente asociamos a la noción de liderazgo ligada a la de autoridad y esta, otra vez, al poder patriarcal. Esta acepción única del liderazgo supone un freno innegable a la vez de buscar liderazgos alternativos en los espacios feministas dado que provoca incomodidad, sino inacción, a las personas que tienen que asumir roles proactivos de toma de decisiones. Aun así, formas de liderazgos hay de muchos tipos y el patriarcal o directivo sería solo uno. Algunas formas de liderazgo horizontal, siguiendo los modelos propuestos por Daniel Goleman, serían el liderazgo capacitador, que es aquel que motiva las personas hacia una visión compartida; el democrático, que busca el consenso antes de la presa de cualquier decisión; o el liderazgo afiliativo en que las personas y los valores están por encima de las tareas y objetivos a lograr. A pesar de que sobre la especulación teórica los estilos de liderazgo alternativo parecerían una opción saludable y alternativa a las formas de organización patriarcal, en el conversatorio se pusieron sobre la mesa las dificultades de ponerlo a la práctica en primer lugar porque son prácticas que requieren espacios de comunicación constantes e impliquen una dedicación de tiempo que a menudo choca con la inercia de la vida contemporánea. En este sentido, las ponentes hablaban de la importancia de habilitar espacios de curas que permitan revisar no solo el bienestar de las personas sino también ofrecer el tiempo necesario para valorar el sentido y la eficacia de estos estilos de liderazgo. Por otro lado, una segunda dificultad apuntada a la mesa redonda en la hora de organizarnos desde otro lugar serían los liderazgos ocultos. Son liderazgos que adoptan una forma patriarcal, que emergen a menudo desde posiciones inconscientes, y que suponen una traba a la vez de revisar las dinámicas de trabajo y avanzar verdaderamente hacia formas organizativas horizontales.
Finalmente, una pregunta importante tirada al conversatorio fue la que hace referencia al liderazgo desde la vulnerabilidad, a la posibilidad de liderar mostrando y poniendo sobre la mesa las debilidades y las dudas antes de que las fortalezas y las certezas. En este sentido, se apuntaba que este horizonte es por fuerza solo posible en espacios seguros. Aun así, aquí surgía otra pregunta clave: existen los espacios verdaderamente seguros? Martu Pericas, activista sordi signante, no-binaria, queer, y una de las ponentes, reflexionaba que no siempre los espacios feministas son espacios seguros y apuntaba que en el caso de la diversidad funcional a menudo hay una problema de accesibilidad el que no deja de ser una forma de violencia que apunta precisamente a la vulnerabilidad de ciertos colectivos. Desde esta perspectiva, la vulnerabilidad solo la podemos entender como lo hace la filósofa Judith Butler cuando lo equipara a una forma de resistencia. Los espacios feministas, por su propia naturaleza, tendrían que ser espacios que no solo acojan la vulnerabilidad, en todas sus formas y diversidades, sino espacios que se resisten, con convicción y desde las curas, a las formas de organización patriarcal generadoras de tantas violencias.